Licores Gourmet Artesanales
La herencia líquida de Götzelsdorf
En una pequeña aldea enclavada entre las colinas verdes de la Alta Austria, llamada Götzelsdorf, vivía una mujer de manos firmes y alma aromática: Anna. Su casa de madera olía a frutos rojos en verano, a hierbas silvestres en otoño y a especias cálidas en invierno. Allí, entre las estaciones, nació su arte: hacer licores artesanales que embriagaban más por su historia que por su graduación.
Los vaivenes políticos y económicos en Europa, como a tantos, la llevaron a cruzar el océano. Con una maleta, su cuaderno y un par de botellas envueltas en trapos, llegó a la Argentina, donde la tierra era distinta, pero el alma no. Allí volvió a sembrar, a macerar, a esperar los tiempos de cada fruto, y su pequeño mundo líquido renació en otro continente.
Con sus manos recreó las recetas con ingredientes locales: cambió hierbas y especias que había en nuestra zona y el aguardiente criollo por el schnaps de su infancia. Preparaba los licores en frascos de vidrio reciclado, los dejaba reposar a la sombra en su aparador y los regalaba en ocasiones especiales: un bautismo, una cosecha, una Navidad.
Sus hijos y nietos crecieron viendo aquellas botellas con etiquetas escritas a mano y cintas de colores. El cuaderno de Anna, llevaba escritas fórmulas con nombres hermosos: Likör von roten Beeren, Zitronenlikör, Kräuterbitter, Orangenmarmelade, Himbeermarmelade — pequeños elixires y dulces que conservaban los sabores y aromas de su tierra natal... con sus manchas, dibujos y notas en alemán, pasó de mano en mano como un pequeño tesoro familiar.
Hoy, ese mismo cuaderno vive entre nuestras manos. De sus páginas, brotan las mismas recetas que cruzaron el Atlántico. Y así, cada botella que hacemos no es solo un licor: es un puente. Un sorbo de historia, una memoria líquida, un tributo a una mujer que destilaba dulzura en cada gota.
Es un legado de sabor, memoria y amor artesanal…